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ancianidad, butaca, entretenimiento, escenario, juventud, longevidad, público, pueblo, teatro, vida
Una blanca esquina de cal puede llegar a ser el escenario donde se representan las obras dramáticas más retribuyentes de cuantas hayáis visto, un lugar misterioso, un rincón sin telón de fondo, donde tienen lugar toda serie de desventuras, el último reducto donde guarecerse de los ecos del pasado y los martirios del presente. Su público, gente de mirada ensimismada, manos ajadas y ancianas, que acuden fielmente a la misma hora. Es curioso pasear por las calles de un pueblecillo cualquiera y encontrarse siempre con estos admiradores de vida que miran sin ver, viendo pasar la vida que un día fue suya y que un día también les arrebató el tiempo y el olvido. Al intentar escudriñar aquellos ojos inexpresivos, ojos vacios de un experto en vida, te preguntas si aún guardan vivo recuerdo de esas piernas fuertes y jóvenes, de piel oscurecida por el sol de verano, que subían la cuestecilla del comienzo de la calle al ver pasar corriendo, calle abajo, al hijo de la vecina. Piernas que ahora sustituyen dos muletas de madera con asidero de hierro o en el mejor de los casos descansan en una fría silla metálica reposando en un cojín florado. Piernas ahora flácidas, arrugadas y feas. Piernas que ya no sirven para ir de la cama al sillón y del sillón a la cama. Piernas sin voluntad. Sin pensarlo haces un ademán de saludo musitando los buenos días y te saludan complacientemente con una simpática sonrisa agradecida, recordando que ellos también llevaban a cabo a veces ese ritual inútil y sin sentido. Sentados frente al televisor callejero y cotidiano, el público encuentra el entretenimiento en el ir y venir de las atareadas amas de casa, en la pelea que ayer tuvo el hijo de la vecina, en la rutina inmutable del paisaje, o en la presencia inadvertida de este andador despreocupado que escribe. Solo les queda mirar y esperar, viendo pasar impasibles el tiempo entre medicinas y días idénticos, en aquella mirada reconoces que el tiempo es la única cosa que no existe cuando aún somos jóvenes, que solo existe cuando vuelves la vista atrás. Al contemplar la calle rebosante de luz matinal, junto al anciano me pregunté cómo podría haber personas que resultan ser admiradores de vida natos durante toda su vida : no se atreven en la mayoría de las ocasiones por miedo al fracaso, no comparten, no experimentan, no aman con iniciativa, no aprenden, son egoístas, solo aman lo que conocen, son desencantados, tienen sueños, ilusiones, pero no las persiguen, viven siguiendo las pautas marcadas por algún otro, consigo mismo y con los demás. Idénticos a ellos pensé, idénticos a estos ojos cansados, a estas manos ajadas y temerosas, con la diferencia de que ellos sí pueden, ellos sí lo lograrían, ellos sí tienen piernas para abandonar la butaca y subir, aventurándose entre silbidos y aplausos, al espontáneo escenario de la vida.